Convergencias y divergencias en torno a las definiciones de «libro colombiano» y «edición nacional»

Fecha de publicación - martes, 25 de junio de 2024 16:17

Imagen-48

El pasado 24 de abril, Juliana Barrero, directora asociada de Lado B, y José Diego González, gerente de Producción y Circulación del Libro del Cerlalc, junto con los investigadores del Observatorio Editorial Colombiano del Instituto Caro y Cuervo, Pablo Estrada y Wilson Colmenares, participaron en la mesa de discusión Investigación sobre temas editoriales en Colombia durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2024, convocada por la Cámara Colombia de la Edición Independiente y moderada por María Osorio Caminata, fundadora y directora de Babel Libros.

Como se señala en la reseña del evento incluida en Ecoedición, nuevos horizontes de las políticas de lectura e internacionalización de la literatura: el Cerlalc en la FILBo 2024: “La mesa se centró en la pregunta por cómo definir un libro editado en Colombia, más allá de la identificación con un ISBN del país; la importancia de contar con esta definición y sus efectos”.

A raíz de esa pregunta detonante por la definición de libro colombiano considerado como objeto de estudio de las distintas investigaciones se desarrolló la discusión en la cual se plantearon temas como el contexto desde el cual se investiga para así trasladar la unidad de análisis del libro al editor o la editorial, el alcance de los estudios: desde el más general, como en el caso de Cerlalc (que se ocupa de varios países de una región), pasando por el nacional (Observatorio Editorial Colombiano), hasta el más particular (Lado B se interesa por fenómenos sectoriales), el registro ISBN como fuente principal y las problemáticas que tiene, la falta de definiciones compartidas por el ecosistema y la necesidad y la utilidad de establecer la definición de libro y edición colombianos y las aproximaciones que se han hecho.

Entre las consideraciones y las opiniones de los investigadores hubo tanto puntos en común como posiciones disímiles, de acuerdo con la fundamentación, los objetivos propuestos y la metodología utilizada de cada cual. Partiendo del reconocimiento unánime de la problemática de agregación del registro de ISBN, José Diego González, del Cerlalc, señalaba la dificultad para establecer diferencias y llegar a definiciones precisas de libro colombiano y de lo que es propiamente editorial, a pesar de la tipología de agentes que solicitan ISBN, y planteaba que la posibilidad de delimitar universos ofrece pistas para definir. En ese sentido, desde el OEC se han tratado de describir las agrupaciones que tienen unas prácticas y dinámicas particulares (normalmente identificadas como subsectores) y que componen la edición en Colombia; en ese proceso se halló el problema de la falta de definiciones compartidas por el ecosistema: hay diferentes usos de la terminología, incluso existe dificultad en la búsqueda bibliográfica teórica a partir de un conjunto de términos normalizados.

Juliana Barrero, de Lado B, puntualizaba que, si bien hay una tradición estadística del libro, el número de fuentes es escaso y por tanto se debe generar una metodología para levantar la información puntual que se requiere. Más adelante propondría “inventar” definiciones propias. Por ejemplo, en Lado B establecieron la variante del capital localizado como un factor determinante. Al respecto, José Diego González hablaba de entender la fuente y qué preguntas se le pueden hacer, hasta dónde llegar y de qué otro modo aproximarse al estudio que no pase por esas mismas fuentes.

María Osorio, de la Cámara Colombia de la Edición Independiente, llamaba la atención sobre el crecimiento exponencial del registro ISBN, sugería que podría pensarse en un ISBN por lengua y no por país. Según ella, el libro no debería perder el rastro de dónde se produce cuando una multinacional publica un mismo título en distintos países (es lo que se ha propuesto como “denominación de origen”). Juliana enfatizaba en el ejercicio de clasificación (en la investigación), indagando quién edita, si tiene condiciones de sostenibilidad y preguntaba para qué sirve la definición del libro colombiano si no es para proteger a aquellos que están generando unos procesos o acervos de la edición colombiana.

Wilson Colmenares, del OEC, insistía en que, si no hay una definición única o compartida, el que interpreta los datos los puede percibir y utilizar de otra manera, se construyen análisis y resultados con definiciones diferentes. José Diego apuntaba que hay escasos intentos de establecer parámetros como los del Breve Manual de buenas prácticas para las compras públicas de libros u otro caso en el que se incluye la autoría, aunque en los planes de internacionalización del libro nacional en países como Argentina y Chile tampoco hay definiciones. Pablo Estrada, del OEC, mencionó la disyuntiva entre autor nacional (publicado por una multinacional en un país distinto al natal) y libro nacional.

Por su parte, Wilson recordó que en el estudio del OEC sobre editoriales independientes la definición de independencia tuvo como punto de partida el autorreconocimiento y, en esa medida, se promueve que cada subsector se autorregule. Agregó que hay un problema de producción de conceptos, términos y definiciones en instituciones de circulación (bibliotecas) y en los estándares internacionales adoptados falta un capítulo local que permita la inclusión de los propios. José Diego advertía que no se pueden sobrecargar los estándares internacionales de especificidades ni aspirar a una definición unánime (un glosario en el que todos coincidan), sino encontrar definiciones más operativas. María se refirió a una definición operativa de libro colombiano que desde las editoriales nacionales han creado para el mercado de las ferias internacionales: libros de los que las editoriales colombianas detentan los derechos (sean de autores colombianos o extranjeros).

Juliana propuso hacer una gestión con el ISBN para que amplíen las posibilidades de definición, pero sostiene que las estadísticas del DANE, por su configuración, no pueden resolver necesidades tan particulares como las de un estudio sobre un subsector editorial. Desde el OEC, se comentó, hay el propósito de dar unas recomendaciones sobre diferentes registros (ISBN o encuestas del sector) que también se extiendan a la legislación, apuntando a la precisión en los datos.

A partir de una pregunta del público, Wilson afirmaba que es necesario que la infraestructura tecnológica permita sostener proyectos que tengan modelos locales, por ejemplo, un catálogo local en igualdad de condiciones que Buscalibre o Amazon. Juliana controvertía esto, diciendo que el campo de los metadatos ya no es libre, se trata de una intermediación de la tecnología en los sectores creativos y las fuentes más efectivas (de estudio, análisis y toma de decisiones) son los intermediarios que valoran sus metadatos, pues los explotan y no los entregan.

Fue una discusión necesaria que abordó temas que se vienen exponiendo desde hace ya décadas sin encontrar aún solución y nuevas problemáticas, así como posibilidades de avance.